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Carta a esa amistad que ya caducó

 Querida amistad:

El tiempo, las circunstancias, la lectura, los recuerdos. Todo ha sido material para evaluar mi pasado y re-definir mi presente. Te escribo en un blog porque es un poquito moderno, pero no pierde el sentido de las cartas. Quisiera decirte varias cosas, pero mientras que las acomodo en mi cabeza, las pondré aquí.

Primero que nada, quiero darte las gracias por todos esos años en los que estuviste conmigo. Porque seguramente pasamos por mucho caos, problemas y alegrías. Maduramos a la par, en ocasiones. En otras, me diste lecciones de vida o te dejé sobre la mesa algún ejemplo que espero de corazón, te haya servido. Lloramos y nos preguntamos infinidad de veces qué es lo que la vida quería de nosotros, nosotras.

Nos enamoramos, y sufrimos pérdidas. Amores que no nos correspondieron se quedaron en mensajes, en últimas visitas. Volviéndose en un cúmulo de ideas que solo nos hacían daño. Me escuchaste, te escuché. Y nos levantamos una vez más. Luego, entre tantas vueltas de la vida, definimos lo que era el amor y lo que, tontamente, entendimos por enamoramiento. Cruzamos el umbral de la maduración, creíamos.

Viajamos, y desde el otro lado del mundo nos enviamos postales, nos describimos que veíamos, qué sentíamos, dónde dormíamos. Y puntualizamos los lugares a los que podríamos ir en nuestras compañías.

Nos dimos nombres de libros para leer en algún espacio o descanso. Recuerdo, si, que comentamos apenas a Benedetti o Cortázar. En las primeras páginas nos deshicimos en emociones y respuestas que tarde nos llegaban.

Estudiamos en los mismos salones. Leíamos y respondíamos de manera similar, o en puntos extremos. Y ahí se nos fueron las horas, entendiendo que cada quién hablaba de lo que sabía o de lo que faltaba por conocer. Y fueron días lindos... Fueron.

Como parte de esta maduración, me toca reconocer que las amistades caducan. Se acaban, se desgastan o cambian de lugar. Nos glorificamos en su momento de conocer a la mitad del mundo que nos rodeaba. Luego, con las limpiezas frecuentes de la vida, nos dimos cuenta que las amistades, entre más sinceras y cercanas, eran mejor... aunque disminuyeran en número.

Y la tuya, la nuestra, disminuyó. Se agotó.
Caducó, caducamos con todo en esta vida.

Dejé que pasara el tiempo, abrí las ventanas y puertas de mi vida para que entraran otros vientos, otras luces y miradas. Y con el tiempo también, te fui comprendiendo. Se me quebraron muchos moldes en los que te acomodabas y sufrí al ver tus espacios desocupados. Pero no tengo palabras para describirte la enorme paz que me dieron esas, tus ausencias.

¿Qué pasaba ahí? ¿Por qué me sentía tan culpable de sentirme tranquila si tu estabas lejos? Entonces entendí, después de un montón de noches dialogando conmigo, que tu amistad había caducado. Que ya no teníamos nada que decirnos, que aportarnos.

En otras veces, lo supe cuando te hablé de mi y no sentí que me escucharas, como lo hacíamos antes. Te mostré mis heridas y solo me respondiste detrás de tu egoísmo y tu poca empatía. Te busqué y te encontré bajo un montón de ocupaciones que un día juraste evadirías si algún momento te necesitaba. Crecimos, nos separamos. Priorizamos distinto.

De mi parte, también es bueno decirlo, se me acabaron las ganas de seguirte los pasos. Porque conozco tu capacidad de abrirte caminos, y tu sensatez no te abandona. 

Ahora me siento más ligera y contenta de estar con quienes estoy. Con quienes me conocen a profundidad y en mi procesos actuales. Que abrazan mi vida completa y sanan, poco a poco, eso que me hubiese encantado compartirte. Y de muchas cosas estoy segura, pero lo principal es que ya no estás aquí y ya no quiero estar ahí.

Sin embargo, agradezco a la vida que nos cruzó porque aprendí de ti.
Porque le dimos nombres a un campo enorme de emociones.
Porque hablamos del soltar,
pero nunca me imaginé que se me llegaría la hora de soltarte a ti.

Gracias infinitas por seguir en esta vida sin rendirte.
O si ya lo pensaste, se que encontraste otras voces que te dijeron "no lo hagas".
Y las escuchaste.
Y ahí, un ciclo se rompía. Pero otro comenzó.

Estaremos bien. Confío en ti.
Confía en mi, por favor.


Con amor y agradecimiento,

Adriana

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