El 2020 ha sido un año complicado. No estoy diciendo nada nuevo ni estoy revelando el secreto más oscuro de la humanidad. Para nada. El 2020 resulto una pausa obligada, un momento de parar y de refugiarnos en casa. Espacios que han resultado confortantes o un verdadero infierno. Cada quien sabemos qué sucede dentro de ellos.
El trabajo (más) escaso, presupuestos (aún más) recortados. Oficinas en plena mudanza hacia la casa, los tiempos interrumpidos. Nuestra privacidad a la vista de todos en Zoom y Google Meet. Cuerpos agotados, reconociendo por primera vez el estrés o acentuándose padecimientos cada vez más graves. El sueño, ausente, movido. El término "economía" entendido como se le dio la gana. Pero en todos los escenarios, fue un desastre.
En este freno obligatorio, en el que los aeropuertos lucieron enormes y fríos, me tocó estar de regreso en casa. Con un montón de enseñanzas, de andares, y emociones. Y con un bulto gigante de lecciones inconclusas. Regresé con maletas llenas de cosas que ya no fueron compatibles con la versión que dejé aquí. Y entre tanta duda, la pandemia.
Cada que venía de vacaciones a Chihuahua, me hacía un espacio para estar en el horno. No mucho, no poco, pero si el suficiente para intentar crear algo que oliera bien, que abriera el apetito, que nos hiciera reunirnos en la mesa.
Encontré en el horno mi mejor terapia, la manera en que pude aplacar tantas y tantas voces. Comencé por prestar atención a lo que ya sabía, haciendo pie de queso. Y de ahí, hacer sus pequeñas variaciones. Pensaba que si podía quitar un poco más de limón e incluir galleta Oreo, el resultado también sería apetitoso.
De verdad que hornear tiene su chiste. Y lo que más he aprendido, es que todo va relacionado con la vida misma. Me reconocí ignorante, impaciente, intolerante, rebelde y en total negativa cuando se trataba de recordar si había movido algunos grados de más en el horno.
Estar a la espera de que la torta de pastel se esponje, me sirvió para entender que la paciencia no es una virtud en mi persona. El querer las cosas ya, nada más porque así lo pido, me hace reflexionar en la necesidad del calor y del tiempo en cada proceso.
Y es que... ¿Cuántas veces aventaba todo por la desesperación? Desde que estaba en el kinder, cuando estaba aprendiendo a recortar, a pegar, a dibujar. La comodidad de hacer un trabajo en equipo con gente que trabajara al mismo tiempo que yo, para no batallar, para no esperar. Todas esas veces en las que he deseado que no sea tan complicado lo que viene. Por no saber manejar la paciencia.
Los brownies me enseñaron que, en esta vida, se está a prueba y error. En un día, haciendo más de tres recetas distintas y el producto final era horrible, sin forma, sin sabor. ¿Por qué si estoy poniendo lo mismo que en la receta, no luce igual? Esos instantes de frustración, se fueron cambiando poco a poco por tazas de harina más medidas, por un huevo menos, por minutos extras en el horno. Así, hasta que quedó la primera torta completa, húmeda, crujiente.
Es duro, pero también muy exquisito, estar en el horno y contrastarlo con la vida misma. Batallo un poco, pero ahora me encuentro aplicando la prudencia. Eso de andar vociferando los proyectos, las formas de decoración del pastel, el viaje planeado, la mezcla de colorantes, los kilos enteros de empanaditas sin cansarme, el trabajo ideal... todo eso se me ha caído de las manos.
Empezar de ceros y tener en mente el objetivo, pero ser flexible conmigo misma si al avanzar las cosas salen distinto, es algo que realmente ha dolido. He mesurado el tiempo, los alcances; seguir con lo que tengo ahora en la alacena, no auto exigirme. Eso no me lleva a ningún lado, no me da descanso mental, no me permite sentarme y ponerme a pensar en un panorama completo, más real, menos pretencioso.
Cada que me dicen qué les pareció y me dan sus comentarios, me emociono como si fuera la primera vez que escucho una felicitación. Y es mi deseo de seguir creando más, y en otras fechas; con más formas y sin miedo a otros tipos de betún y duyas; con más técnicas, más chocolates, más malvaviscos, vainilla y canela






Comentarios
Publicar un comentario