Hace unas horas, recibí una llamada. Era mi asesora. Por cuestiones de complejidad en el calendario, no podremos vernos. Me propuso otro horario, yo acepté. Ando nerviosa, los avances entregados me convencen y no. La estructura es buena y no. La tesis cansa y no.
Por eso que es que tomé este tiempo que había predestinado a verla y me vine a mi blog. Más allá de generar una entrada o nota después de un año, quiero dejar por acá parte de mi proceso de hacer investigación...
Siempre he dicho, y no es mame, que el hacer investigación es abrirse de par en par para que eso que estamos haciendo nos cruce, nos arrebate el pensamiento, nos remueva el corazón, observemos privilegios y los cuestionemos. El hacer investigación es mucho más que andar redactando.
Cuando de verdad te atraviesa el tema, el contexto, el momento, la conexión que tienes con quienes trabajas en campo, algo se quiebra. Te quiebra. Comienzas a leerte entre líneas, separas tu vista un poquito del libro y le das otra significación a tu vida. Eso me está pasando a mi.
Ya escucho diferente, ya me atrevo a preguntarme cómo escuchaba antes, a qué le prestaba atención, cómo se construyeron o de dónde tomé esas "pedagogías de la escucha" y qué fue exactamente lo que me hizo voltear a ellas. Y hasta ahí todo bien y filosofal. Pero cuando le entro a ponerme la piel morada, las cosas cambian.
Llamo la piel morada, aquí como en mi investigación, como parte de una crítica ocularcentrista a las "gafas moradas". Si son gafas, hablamos de ojos. Si hablamos de ojos, me invitan a mirar. Y yo ya no quiero quedarme unicamente con lo que la vista me permite explorar. En cambio, la piel abraza al resto de los sentidos. Y mucho de lo que huelo, saboreo, escucho y toco, lo siento en toda mi piel. La experiencia se vuelve sensible, se vuelve corporal.
El pedo del feminismo es que, en primera, son muchos. Tantos, que apenas voy colgándolos de las ramitas a cómo la vida me da a entender. Sucede que los feminismos se viven, se complejizan según el contexto sociohistórico y se ponen más rudos cuando escuchas desde dónde vienen las voces que lo construyen. No se experimentan igual, no se leen igual, no se abrazan igual.
Cuando yo le entré a este mundo moradito, con tintes muchos, no sé por qué pensé que estaría en un campo fresco en donde abría cánticos suaves y palomitas de maíz a las seis de la tarde. Y no. No es así. Ya cuando estás adentro (por ahí de la página 7) cuando los feminismos se te pegan en los dedos, ya captas que hay roses, que hay marcadas diferencias con líneas muy delgadas que no te das cuenta cuándo las cruzas, hasta que ves que se encienden las alarmas y debes regresar porque las cosas se ponen confusas.
No saber qué leer primero, no saber si devolverte unos cuantos siglos en la historia o enceder el televisor para poner a prueba el nuevo concepto que te acabas de topar. "Novata, si, ¿y qué?" Me digo cada que me siento cansada, pero satisfecha de poder nombrar algunas situaciones por su nombre Cada que me siento alegre, pero temerosa de meter una cita en una de las páginas de mi investigación, dudando de mi capacidad de entender a cabalidad a la autora.
Hay tensiones, hay buenos sabores de boca, pero también hay música que acompañan mis versos. Pero bueno. A fin de cuentas, es rap hecho por mujeres que hace unos años me hizo llorar porque tampoco eran cánticos suaves que deseaba aún escuchar. Era música que me invitaba a ver las desigualdades desde mi infancia, era música que narraban en primera persona una desaparición y asesinato de una morra que pude ser yo. Era musica que no me dejaba morir cuando me sentí chiquita, porque me decía que podía ser libre e incenciaria.
Música que aprendí a escuchar, no a oír, a escuchar mirando una ventana de un tercer piso del edificio que estaba hasta el fondo de un campo universitario que dudaba de no merecerlo. Música que todavía reproduzco y me entran unas ganas de llorar porque aún en este siguiente paso que di, siento que sigo sin merecerlo. Pero bueno, ya maduré. Ahora si lloro, lo escribo en la tesis porque es de "investigaciones sensibles" poner cómo o cuando hacemos etnografía encarnada.
Conjuntar música y feminismo, o más bien hablar de rap feminista, es super bonito, no lo puedo negar. Pero leer, saborear y escucharles se me trenzan en la cabeza y de pronto hay días que quisiera salir corriendo. Porque soy humana, porque soy mujer, porque no puedo evadir lo que se vive a diario, Porque lo tengo que articular de manera perfecta y fluida cuando nisiquiera lo estoy masticando bien. Se me atora en los dientes, se me hace nudo en la garganta, me quema el esófago.
Así que... ¿qué sucede cuando hacemos investigación? Hay quienes logran convertirse en máquinas productoras de textos, capítulos y artículos en tiempo record. A mí me cuesta hilar en ocasiones mis ideas porque, entre el libro y el papel, se me cruza la vida entera para asimilar la primer línea que estoy captando.
Cuando hago investigación, me brota todo lo que soy y he sido, la escucha se me va a otros lugares geográficos y corporales. No logro ser una buena etnógrafa y para entrevistas, me salgo debiendo. En las transcripciones, sigo dialogando con mis acompañantes en la investigación y el chisme se me expande. Cuando hago investigación, me olvido de la investigación y empiezo a poner capa tras capa lo que voy, según yo, entendiendo. Y tengo la osadía de escribirlo con palabras repetitivas, tal vez. Luego me desbordo en inseguridades. ¿Cuáles? ¡Las que yo no sabía que existían en mi! Y ahí ando, tratando de meterlas en no se dónde para que no se noten, para que no se evidencien en los avances, en el cuerpo del correo que estoy armando.
El tiempo se va muy rápido, la procastinación me visita, el calendario se la vive lleno de pendientes, pero en colores pastel para que la presión sea menos y tenga sabor. Incluso, me atrevo a decir que son pendientes que no deberían de estar ahí ocupando espacio, haciéndome sentir que no tengo tiempo para salir con mis amigas a desayunar, a tomar un café, a caminar.
Porque muero de ganas de contarles qué es la investigación para mi, pero en el vivirse como madres, mujeres, esposas, sobrinas, cuñadas, vecinas no hay momento aburrido para que les platique qué es hacer investigación. Quisiera contarles que he definido la frustración desde otras palabras y sentires en el corazón. Pero no debo, no hay tiempo.
Una investigación se hace, se contabiliza por capítulos, por el número de cuartillas y el aporte o relevancia social. Pero también se hace en solitario, en días de no salir de casa, en comer en extremo u olvidar comer, en estar con la familia a medias. O decidiendo con toda la entereza de estar al cien, aunque luego la culpa y la autoexigencia nos persigan hasta no sé cuando.
Y es bien dificil, a veces, ser bondadosa conmigo misma. No tener todo en este momento, también está bien. Y así salen un montón de publicidad en redes, frases muy lindas con caligrafías amistosas, pero que luego son poco compatibles con los momentos de crisis en que las leo. Y digo que no es cierto, que eso no existe, y me clavo en mi incomodidad por no saber resolver nada. Aparentemente.
Entones, ¿Qué? ¿Esto va al inicio o al cierre de la tesis? ¿En la metodología, acaso? ¿Ahí va las técnicas, momentos y rutas que tomamos para elaborarla, no? O a lo mejor va en las notas etnográficas, aquellas que describimos con mucho detalle que hasta dejamos impregnado el olor del café que estábamos tomando. Ah, pues también hay espacio para decir cómo nos sentimos, ¿cierto? O en las conclusiones, porque más allá de que un trabajo de investigación se acaba, se cierran tambíen ciclos de luchas, dudas, incertidumbres, insatisfacciones, renuncias, culpas, afectaciones en la salud... Y de eso, ¿tenemos registro de cuándo acaba o es despuecito del examen?
Uff, ya es tardísimo. Me falta reacomodar un esquema.


Comentarios
Publicar un comentario