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¿Qué es lo que nace de la vista?... Y no es necesariamente el amor.

 Una de las notas anteriores, la dediqué al oído. A compartir y reflexionar lo que ha significado escuchar con cautela, con responsabilidad. Estoy dedicando tiempo para adentrarme al mundo de los sentidos y, aunque la vista ha sido el sentido al que más se le ha dado valor, debo reconocer que nuestra experiencia con el mundo se construye a partir de todos los sentidos.

Pero si. De momento me enfocaré en la vista, en entender por qué ha sido tan importante. Pienso en la vista, en mis ojos, la primera vez que los abrí. No recuerdo, pero supongo que veía borroso, la luz me calaba. El enfrentamiento a la vida no surgió cuando salí del vientre, sino cuando me vi conflictuada, tratando de encontrarle forma a lo que mis ojos captaban. Amando a primera vista a mi madre, a su rostro.

Darle nombre a todo aquello que traspasaba mis ojos, a mi cotidianidad. A ver un salón lleno de niños y niñas, espacios que no era la casa de mi abuela y saberme sola entre personitas como yo. Tracé caminos conforme a lo que veía, a las caídas que había tenido y las piedras que había pisado.

O por ejemplo, la primera vez que me vi menstruar, fue un impacto tremendo. Y no fue el clásico "paso de niña a mujer". Ay no, para nada. Era extraño verme esos primeros días sangrar y saber que podía caminar, escribir, leer, comer, sintiéndome una guerrera que perdía sangre y seguía de pie...  

La vista no me faltaba. Era el paisaje y su magnitud lo que no se adaptaba a mis ojos.
Valle de Cauca, Cali, Colombia. Junio, 2019.

Mi vista ha sido testigo de todo aquello que me he propuesto. He visto mis resultados, mis metas cumplidas. Mis lugares a los que he querido viajar. Los atardeceres en la playa, las mañanas en Pátzcuaro, las panorámicas en Cali, la barranca en la sierra de Chihuahua, la inmensidad de Samalayuca, la hermosa catedral de Toledo, el contraste del azul en Hierve el agua.

He visto los ojitos más bellos que conozco en el rostro de la persona que amo y bendigo diariamente. En este caso, primero lo vi pero después lo observé. Y ahí supe que cupido si entra por la vista, pero se pega y nos abraza la piel, nos eriza la piel. Y con él, aprendí a observar a detalle, con calma, centrada.

A observar con objetividad, pero siendo poquito flexible si se necesita. A observar y dialogar qué es lo que veo, a escuchar otras miradas. A observar el texto, la imagen, las reacciones de la música en mi. A observar hasta el último detalle en cualquier espacio en el que me encuentre.

A seguir la coherencia de estas líneas, de fijarme en los acentos, en los puntos, en las ideas que por aquí se van a quedar cayéndose, fuera de la hoja. Ver los mensajes que puedan llegar al mismo tiempo y sabiéndome selectiva: qué leer ahora y qué dejar después.

Selfie pastelera. Salimos todas las formas del día.


He visto llevar una imagen a mis manos haciendo pasteles. Pensando que le faltó más, que quedó mejor de lo que una vez imaginé. Y veo los procesos, y veo las tonalidades de los colorantes, subir en la gama de colores, hacerse tres colores distintos antes de llegar al indicado. A calcular las cucharadas de chocolate en polvo antes de vertirlas en la harina y saber con exactitud en nivel de olor que tendrá aquello que les entregaré en las próximas horas.

Por más que vea, que observe, no entenderé cómo logra sobreponer Yadira sus pestañas postizas. Solo sé que se le ven divinas.  Pero, haciendo memoria, toda la vida desde que nació, le he visto sus pestañas, que son más grandes que las mías. Y he visto sus caídas, sus rabietas, las mil veces que se ha levantado de la mesa para no discutir. 

Yadi es una cajita de colores, todos los días. 

Y, en el caso de Yadi, verla y observarla no me ha bastado para poder leerla ni predecir mucho de ella. Y que bueno, que sea así. Que siempre venga impregnada con el factor sorpresa, que se descubra ella un día siendo, actuando, decidiendo diferente.   

He visto los espacios desbordando en vida, dando formas a los andares y a sus huellas. Y luego, por sanidad, los espacios se ocupan solamente para ver el cielo azul encima de ellos. Sin dialogar, sin entender muy bien que pasa. Pero ahí, sin moverse. Con miedos, con ausencias, en silencios,con pasillos fríos y edificios huecos.
Vacíos, pero jamás vencidos
Centro Histórico, Chihuahua.

Mi mirada se ha enternecido también. A la distancia, he estado presente en el crecimiento de mi sobrino, hijo de Liz y Abel. De la amiga y hermano que la vida me dio luego de que me sacudió las raíces y me plantó en otras tierras. Mi mirada se digitalizó y ha aprendido a tomarle sentido a una fotografía. A medir, o imaginar medir, que Zaid creció 2 centímetros que la fotografía anterior.

A leer el texto que viene con él. Una nueva aventura, un descubrimiento, otro libro nuevo por abrir, un nuevo paso de baile, otra puerta cruzada. El sueño que nunca llegó la noche anterior. A ser testigo, tal vez en menor medida, de todo lo que su papá y su mamá guardan diariamente en sus memorias.

Los días que hoy vivimos, en los que resistimos, nos hemos declinado la mayor tiempo a socializar así. Mientras que regresen los brazos y las cercanías, llevaré sus fotos al corazón.


Obviamente Zaid ya está más grande ahora, pero no dejaré que lo midan.
Agosto, 2020.

Enseño a mi mirada a seguir, a buscar, a intimidar, a coquetear, a evadir, a enfocar. A dibujar, a contar, a prever, a medir. Pero ni siquiera estoy segura de que sea una enseñanza correcta. Lo que si se, con seguridad, es que no es una enseñanza completa. Aún no.

¿Qué es lo que nace de la vista? Un manantial de información que nos envuelve día a día, que no nos deja estar en paz. Está ahí, pidiendo ser visto por segunda, tercera vez. Y si aquello fue efímero, recurre a los recuerdos. Esos que siempre podremos ver.

Y bueno... ¿Qué nace de tu vista?



Comentarios

  1. Que bonitas letras Adri, gracias por estar ahí, cómo no te mandé las fotos con sus empanadas recién horneadas desde Chihuahua 😋. Gracias por no solo ver a mi niño, sino aprender a observar con el corazón en la distancia.

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