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Do Re Mi Fa Sol La Si... les extraño, Coro de la Enes

 De los cuatro semestres de la maestría, tres los pasé metida en coro. Y fue bien curioso, a escasas semanas de que entré, cuando apenas tenía claro dónde quedaba el salón de clases y me aceptaron en el Grupo de Facebook de la Comunidad Enes, lo primero que vi publicado fueron los talleres. Teatro, baile, coro... ¿Leíste eso? ¡Coro! 

    No me animé porque no conocía a nadie y la novedad de la maestría me atrapó. Pero rápidamente llegó el segundo semestre. Ahí me organicé, comí algo rico con Doña Cuca y subí a la Enes temprano. Llegué en silencio al salón que está junto a la librería y entré. Lalo me dio la bienvenida, justo estaba hablando de los horarios, de la dinámica de la clase. Mientras llegaban y llegaban más personas, familiarizadas con el coro y nuevas, como yo.

  Muy relajada se dio mi "audición". No, nada del otro mundo. Lalo, el profe, me pidió vocalizar unas cuantas notas. "Bien, Adriana, eres contralto". Contralto, se escuchaba importante. Una palabra más para sumar a mi vocabulario, una palabra más para explicar si alguien me preguntaba sobre el coro. Voces negras, voces blancas. Cuatro voces estábamos ahí: sopranos, contraltos, tenores y bajos. Cuánto por aprender.

La clase duraba hora y media, aproximadamente. Dos veces a la semana... ¡Era muy poquito tiempo! Y mi dinámica se empezó a adecuar: subía temprano a la Enes o cuando estaba allá desde las 9 de la mañana, comía algo rico para tomar coro y luego entrar a las clases. Chilaquiles o cochinita, mis platillos favoritos. Compañeros y compañeras también aprovechaban el tiempo para comer, así que las charlas breves siempre estuvieron presentes antes de cada vocalización.


Presentación Enes León. Abril, 2018.

    Hablar un poco de las piezas que entonaríamos en el semestre era bellísimo, le tomábamos sentido a la canción desde que teníamos las partituras en las manos. Pensar en las presentaciones finales era doblemente emocionante. La visita a la Enes León fue fenomenal. Ver un auditorio repleto de extraños, nos motivó a abrazar todo el espacio y cuerpos presentes. Aplausos cálidos nos rodearon y el amor por el escenario se agrandó.

    Las respiraciones que Lalo nos indicada al inicio de cada sesión me han sido útiles no solo para el canto, sino para casi cualquier momento. Por ejemplo, al dormir. Relajar el abdomen, el pecho, el cuerpo, ir pausada y sintiendo la respiración, nos ayudaba a bajar un poquito las ansias de andar por los pasillos de la Enes y concentrarnos en ese espacio que era nuestro, que era tranquilo.

    Ahora, me ayuda a recibir la noche en la más entera de las calmas, por más descontrolado o tenso que haya sido el día. Me ayuda a escuchar mi propia respiración y poner la mano en el pecho, es sentirme viva. Cosa que parece obvia, pero me he dado cuenta que olvidamos con frecuencia o no le ponemos la atención que se necesita. Voy vengo, voy y vengo.

    Mientras que vocalizaban las contraltos o tenores, me gustaba ver la partitura, tratar de entender lo que decía Lalo a través de las notas musicales. Si bien no se necesitaba tener experiencia en leer partituras, si era curiosidad entender esas hojitas. Había tiempo y era posible aprovecharlo ahí... o platicando con las compañeras de al lado, contraltos también.


Presentación en la Enes Morelia. Mayo, 2019.

    Mi parte favorita: ensamblar las voces. En esos segundos se concentraba toda la sesión. El coro de los tenores y bajos sostenía las notas de las sopranos y marcaban la entrada de las contraltos. Cualquiera que fuera el orden, hacía de la pieza algo verdaderamente hermoso. Suave, pero colocado. Pero al momento de cantar al público, teníamos que proyectar la voz.

    La piel se me puso chinita en una segunda presentación, en el auditorio del CSAM, ahí en la Enes. En el festival del terror hicimos nuestra misteriosa aparición debajo de capas negras y con una veladora en mano. En media luna, frente al piano, comenzamos.

Niña, cuando yo muera
No llores sobre mi tumba
Cántame un lindo son ¡Ay mamá! 
Cántame La Sandunga

Presentación "Festival del terror". Octubre, 2018.

Ese silencio que se dio a la primer nota del piano, convirtió aquello en una atmósfera completa, oscura y sensible: 

No me llores, no, no me llores, no
Porque si lloras yo peno
En cambio si tú me cantas
Yo siempre vivo, y nunca muero

    Emociones por doquier, eso nos dejó la presentación. Salimos de ahí y todavía la comentábamos. Vimos muchos rostros conocidos, compañeros y compañeras que comentaron también sus expectativas y nos mostraban fotos y videos de aquella noche terrorífica.

    Mi estancia en coro, además de olvidar un poquito mis próximas clases y ensayos pendientes, me reconfortó. Encontré y disfruté mi voz. Mi voz vibró más al aire libre, en la última presentación que tuve con el coro. Donde, casual, fue un popurrí de canciones alusivas a Michoacán. Y clásico:

Cariñito donde te hayas
Con quien te andarás paseando
Presiento que no me engañas
Por eso te ando buscando
Vengo de tierras lejanas, nomás
Por ti preguntando


    Ahora lo puedo escribir con sinceridad, pero esos ensayos fueron un tremendo terremoto en todo el cuerpo. En todo el mes de mayo, antes y durante de esa presentación, no paré de llorar. Se acercaba el día del cierre de maestría. En casita, ya andaba con las mudanzas. Y Caminos de Michoacán era un recordatorio constante de las rutas que pisé y de otras tantas que me faltaron por recorrer. 
Va, lo admito. Todavía lloro al escucharla.

    El coro era esa parte de mi que me mantuvo íntegra, sostenida, fuerte y conectada a Occidente. El coro marcaba los puntos intermedios de mi semana, mi distribución de tareas y mis tiempos de comida. El coro se me quedaba el resto de la tarde, en el cubo, en soledad, hasta que caía la noche.

    El coro es eso que me llama a sumar mi voz a otras tantas y cálidas voces. 
    Y por eso, volví.


Dedicado a quienes fueron, son y estarán en el coro de la Enes.


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