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¿Oyes o escuchas?

 El oído, uno de los cinco sentidos que aprendemos a reconocer en alguna clase de primaria. Lo representamos con la figura de la oreja, y también aprendemos a atender por nuestro nombre si nos llaman. Los medios como la televisión y la radio, con sus bocinas dibujadas, nos indican que la propagación del sonido llega hacia mi cuerpo, mi oreja, y reacciono: bailo, me enojo, me entretengo, me informo y demás.

    El sonido, lo que tratamos de interpretar y dar sentido; el ruido, aquello que nos molesta o un sonido atemporal, sin ritmo, resultado de una cazuela que cae, de una silla que se mueve, la lavadora a lo lejos, la licuadora triturando el hielo. Vaya: ruido vs sonido. La definición quedará desde nuestras perspectivas.

    Hablo de esto por dos motivos. El primero, es que mis recientes lecturas e intereses van sobre esta línea. Y el segundo, es porque me he encontrado molesta cuando mi oído se satura de un ruido o sonido que no emana de mi, de mis actividades.

    Será que hubo un tiempo en mi línea de vida en dónde me vi completamente sola y en esa soledad aprendí a priorizar muchas cosas. Entre ellas, aprendí a qué elevar el nivel de sonido en cuanto a mis pensamientos. Que la calma dependía de mi, de la hora en que escuchaba la radio, o tronaba mis dedos como si fuera el compás que necesitaba para hacer música al caminar.

    Aprendí a captar con más facilidad la señales de alerta, a la hora que debía despertar o a la hora en que debía dormir. Descubrí que tenía miedos ocultos a ciertos sonidos. En realidad, mi composición sonora era eso, mía. Ser parte del Coro de la ENES, que sin tener mayores conocimientos de música y nota, afinaron mi sentir. Y fue de ahí que pude ajustar y pausar mi escucha.

    El poder escuchar, más que oír, de verdad que es una bendición.  El oído, para quienes escuchamos, no se encuentra en la oreja, sino en todos nuestros sentidos. Desde chiquita he tenido una cercanía con la música, una conexión muy fuerte. No, en mi familia no hay músicos, no hay lauderos, no hay cantantes ni nada de eso. Mi cercanía con la música está por el mero gusto de pegarme a las bocinas, de reconocer voces, tonos, instrumentos, mensajes.

    Cuesta trabajo escuchar. Porque se nos está dando algo para decodificar, para separar todo hasta la mínima parte y luego, reconectar con nuestras propias experiencias. Algún fragmento, algún sonido, se queda en la memoria y lo articulamos a algo que nos significa: a una persona, un momento, un espacio, una noticia.

    Escuchar es guardar con cuidado eso que nos liga a alguien más. ¿Cuántas veces se ha dicho que una canción les recuerda a un amor, a una despedida, a una fiesta, a un viaje? ¿Ya ven que si se guarda una serie de actos y elementos que nos ayudan a reconstruir un pedacito de vida a partir de la escucha?

    Por eso es que existen las canciones, los cuentos, la poesía y toda una serie de narrativas en voz alta. Existe lo dicho, lo hablado, lo que nos comunica. Lo que se va directo a erizarnos la piel, a sentirnos unidos a pesar de las distancias. Por eso, en estos tiempos de pandemia, nos gusta escuchar a quienes amamos, reproducimos los audios de mensajería instantánea. Porque nos llenamos de la palabra, porque acotamos distancias. Porque avanzamos en el tiempo, o nos estancamos en él.

    La escucha es bellísima, es un acto con compromiso y responsabilidad. La escucha exige tiempo. Bien dicen que, para hablar, se nos dio una boca. Para escuchar, tenemos dos oídos. Pero pienso que, para escuchar, tenemos la vida entera, el cuerpo y universo de mensajes a los cuales prestar atención.

    Viene bien pensar si realmente escuchamos o se nos está yendo los días en oír. ¿Será que por eso estamos en guerra, por no escuchar? ¿Será esta una de las tantas razones por las cuáles estamos en conflicto con nuestro interior y, por ende, con el mundo? Quizá también esa sea la razón por la que en varias ocasiones hemos querido desaparecer de las redes, por exceso de ruido... aún y cuando tenemos el volumen desactivado.

    Te invito, les invito, a escuchar. En todos los espacios en los que estamos o que ahora estamos resignificando. Tal vez, solo tal vez, nos demos cuenta de cuáles son los sonidos que importan ahora. O los que pueden ser un alimento sonoro espiritual. No me digan hippie por lo que acabo de decir. Dejo el reto aquí a que lo descubran.

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