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Mamá: toda una vida de cuidados

 Hablar de mi mamá, se me complica. Y no porque no pueda o no tenga material para describirla, sino porque nunca sé el orden correcto para comenzar a presentarla. Pensar en ella, me hace enlistar muchas personas más. Mi madre, como muchas otras mujeres a las que conocemos, ha dedicado parte de su vida a cuidar de otros.

Yo apenas tenía cuarto años de edad, mi cerebro apenas captaba algunas imágenes o momentos que después se convertirían en memorias. Tengo muy vagos recuerdos de mi abuelo Ernesto, cuando la diabetes se le complicó. Para esas épocas, mi mamá ya estaba casada y vivíamos relativamente cerca de la casa de mis abuelos. Recuerdo que todo el día nos íbamos para allá, para no estar solas en casa pues la colonia en la que vivimos en aquellos tiempos estaba totalmente desértica. 


Mamá y yo, 1992. 💕

Mi mamá era muy apegada a mi abuelo desde pequeña y por eso no era de extrañarse que ocupara buena parte de su tiempo en cuidarlo, de acompañarlo al Seguro cada que se necesitaba, de ir a Torreón con él... y conmigo, en brazos. Fue largo el tiempo de amor y cuidados, hasta que mi abuelo falleció. Yo tenía 4 años y si mal no recuerdo, estaba asistiendo a mi primer funeral. Yo veía a mi abuelo sentado junto a mi, mientras que las personas se acercaban a una caja, a la cual yo no alcanzaba a ver que o quién estaba ahí y mi abuelo me decía que todo estaba bien. Pero bueno, eso luego lo contaré con calma.

Para la familia fue difícil su partida, está demás decirlo. Pero para mamá, fue más. Porque, no se si ustedes noten o les pasa que, cuando alguien trasciende, siempre queda la sensación de que se pudo haber hecho más, de que los cuidados no fueron suficientes, de que el tiempo fue muy poco. 24 años después, cuando mamá recuerda esos tiempos, se le nota en la cara la impotencia, pero también el agradecimiento de que estuvo con mi abuelo lo necesario como para que "Neto" no se borre jamás de su corazón.

Pasó el tiempo y mi mamá volvió a tener la tarea extra del cuidado. Ahora tocaba cuidar de sus abuelos, los padres de Ernesto: mis bisabuelos. Luz y Manuel eran dos grandes seres humanos, con la calidez y ternura en mi abuela y la rigurosidad y frialdad de mi abuelo. En esa gran casa, de comedor largo y sillas naranjas, la infancia mía y de mi hermana se comenzaba a escribir.

Mamá estaba ahí porque los hijos de mis bisabuelos lo veían prudente. Mamá estaba con ellos de 9 de la mañana hasta las 4 de la tarde, aproximadamente. Hacía con mi abuelo las salidas al super o a comprar tortillas, y con mi abuela cocinaba y la acompañaba en la sala, comedor o en su cuarto, para dormir un poco. Mi abuela enfermó, y después de una operación de cadera, mi abuela murió.

Una vez más, la tristeza embargó a mamá. Ahora quedaba mi bisabuelo, tan fuerte, tan soberbio y sabio, en sus ojitos se notaba que el fuego que lo mantenía vivo se apagaría de a poco. Mi bisabuelo estuvo vagando entre algunos de sus hijos hasta que también él falleció.

La pérdida de estas figuras para mi mamá y para mi, era pesada. Ella tenía grandes afectos por su padre, por los papás de su padre. Aprendió a cuidarlos cada uno a su manera, a sus posibilidades, en sus tiempos y en lo que necesitaron en sus últimos momentos. Para mí, mamá ha sido una almohadita donde reposan las enfermedades y los tiempos difíciles. Pero esas pérdidas, no eran nada a comparación de lo que venía.

Luisa, mi abuela, esposa de Ernesto, presentó unos dolores extraños a mediados de 2015. Un fuerte llamado de atención lo tuvimos todos cuando, de pronto, tuvo una amnesia temporal y no recordó varias cosas, ni a dónde iba. Luego, una inflamación en el vientre y el estómago no la dejó estar en paz... ni a ella ni a mi mamá. Mi abuela siempre tuvo una aberración gigante a los hospitales, a los seguros, a los doctores y a cualquier medicina. Siempre decía que con un té o bebida caliente, los malestares desaparecerían.

No alcanzamos a agendar una cita con el gastroenterólogo cuando en una noche fría, luego de terminar la novena a la virgen de Guadalupe, mi abuela falleció en su casa momentos después de que mamá fue a arroparla y dejarla cómodamente, como cualquier otra noche. 

Mi abuela, aun con su carácter retador y muy duro, aún y con sus múltiples peleas con mamá en cuanto a religión, fue un pilar muy grande para mi mamá. Me atrevo a decir que no hubo un momento en el que mi mamá decidiera vivir lejos de ella. Desde Santa Eulalia, luego la Rosario, después en la Komatsu y la Villa Juárez, siempre escucho anécdotas donde ellas estuvieron juntas.

No hubo nada que reprochar después de su partida, pienso yo. Mamá logró estar tranquila porque hizo hasta donde fue posible para que mi abuela estuviera bien. Y en su ausencia, o por ser la mujer rodeada de tres hermanos, de pronto la veo con esa tremenda necesidad de cuidarlos a ellos también. A ellos y a su familia. En realidad, a cualquier persona que entre a casa con una pena o una enfermedad a cuestas, sea física o anímicamente. 

Cuando mamá se desprendió de la responsabilidad de cuidar a mi abuela, heredó automáticamente el cuidado de Pabla, la hermana de mi abuela. Esa señora, una de las hermanas menores en los Jáquez Ochoa ha sido todo un caso. Desde pequeña fue dispersa, terca y muy silenciosa. A veces se necesita traducir lo que quiere o lo que siente. He llegado a pensar que Pabla tiene un Trastorno Obsesivo Compulsivo por la manera en cómo acomoda las cosas que estén a su alrededor.

Esa señora, también siempre estuvo bajo el cuidado de mi abuela. Por ende, siempre había pleitos a la hora de alzar la casa, de comer, de dormir, de salir. Infinidad de veces tachamos a mi abuela Luisa de exagerada hasta ahora, que nos damos cuenta de que lidiar con Pabla no es tarea sencilla. No lo es. NO-LO-ES. 

Aunque Pabla vive en un pequeño espacio que se adaptó en casa de uno de mis tíos, que vive enseguida, Pabla se la pasa en casa de mi mamá, nuestra casa. Haciendo nada. Ella jamás aprendió a leer ni escribir, le causa pereza cuando le proponemos cosas como pintar, tejer o hacer alguna actividad recreativa. Ella simplemente está sentada en la sala o en la cocina, viendo el tiempo pasar. Cosa contraria, a nosotras nos genera un sentimiento de acelerar todo, de sentir que no estamos tranquilas  porque quizá Pabla quiere algo, o piensa algo, pero... ¿Qué es? No lo dice, o pocas veces lo verbaliza.

Mientras que esa adaptación transcurría, una de las hermanas de mi abuelo cayó en cama. Justamente, la madrina de mamá: Aurora. A pesar de que Aurora siempre estuvo muy unida a su hermana, María de la Luz, creo que al final de sus días, se apegó un poco más a mi mamá. Mi mamá la visitaba a diario, por más de 6 horas, le daba de comer, ayudaba a bañarla y cuidar de su rodilla operada.

Sin embargo, más allá de los cuidados en cama, Aurora fue perdiendo la energía y las ganas de vivir. Justo cuando eso sucedía, yo viajé a Morelia para hacer una vida académica allá y a las dos semanas, Aurora se fue con el eclipse solar. Fue un duelo más duro, supongo, porque no pude acompañar a mi mamá, ni al resto de mi familia. Fue un duelo, en toda la extensión de la palabra, porque lo viví sola. ¿A quién recurrir, con quién llorar? Huecos, solo huecos.

Se fue Aurora y queda María de la Luz, esa es mi madrina. Con tremendas culpas, sentimientos no exteriorizados, pérdida de apetito y ganas de vivir, añorando a Aurora (espero). Ella y sus duelos inconclusos, reproches personales, deudas morales vienen a casa y los comparte sin decir "buenos días". En un sillón ella, en otro Pabla y sus silencios... y yo ya no quisiera que mamá estuviera ahí.

Pensar el tema de los cuidados y el nivel de interiorización que tenemos nosotras las mujeres, me obliga a ver la trayectoria de mamá. Que ella, con su infinita bondad a cedido a cuidar, ayudar, proteger y servir. Considero que me falta esta vida y la que sigue para ser paciente, tolerante y ser yo quien cuide de ella cuando la vida así me lo exija. Pero mientras que eso llega, ¿habrá aprendido mamá a cuidar de ella también?

Dejo hasta aquí el escrito con el deseo de que también quienes me leen, se sumen al pensamiento, en rememorar a quienes hemos cuidado o en quienes hemos cedido la responsabilidad de cuidar a los demás. Que no es fácil, se requiere de tiempo, apoyo, aguante físico y moral; de bajar un poquito las revoluciones al corazón y estar en un estado de serenidad con frecuencia.

Tenemos mucho que reflexionar en estos aspectos, y más en tiempos de pandemia, de cuidados extra, de autocuidados y cuidados en colectivo. A quienes tienen hijos, hijas, padres, madres, pareja y demás personas que necesiten protección y ayuda, cada quien a su manera. Fuerza para ustedes.

Amor y abrazos hasta el cielo a quienes aquí mencioné y que ya no están con mamá.
Que ya no están conmigo.

 

Comentarios

  1. Siempre dejando reflexión en mi cada que te leo 😌

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  2. Me recuerdas a los Jacquez Ochoa con tal nostalgia que sentí enchinarse mi piel tal vez soy de la edad de tu madre hermosa dale mis bendiciones coincidimos en la vida como primos y vivimos historias hermosas al lado de tu abuelo tus tíos y bisabuelos y de la tía Pabla... Felicidades bella historia que todos los Jacquez llevamos dentro muy dentro de nuestro ser una historia que contar..... Me gustaria que finalizaras con estas palabras "Esta historia continuará"

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