Soy Adriana Dávila, de altura y actitud norteña.
Chihuahuense, sin que se me note tanto la "sh". Eso me dicen cuando voy y hablo en otros lugares que no es mi Estado. Me gusta el chocolate porque me duerme, estoy haciendo las pases con la cebolla pero no con su amigo el betabel.
Soy de esas personas que aún guardan recuerdos de su infancia. Como aquella vez que mamá no me permitió tener un conejo de mascota porque decía que un día haría un ojo en el suelo y se iría de mi. O cuando nació mi hermana, al día siguiente andaba en el kinder diciendo al resto de mi grupo que había una persona muy chiquita en casa, que mamá había tenido que adecuar el foco para que no le diera la luz directamente a su carita y llevaba planas enteras con su nombre escrito cuando yo apenas comenzaba a saber leer y escribir.
De los 6 años de primaria, cinco participé en concursos de conocimiento. Me gustaba porque esos días, no había clases y me llevaban a otras escuelas de mi sector: Zapata y Artículo 123, además de la mía. Adaptaban las bibliotecas como grandes comedores infantiles, nos daban de comer rico y hacíamos "pruebas" toda la mañana de todas las materias: español, matemáticas, geografía, ciencias naturales. De ahí mi gusto por saber un poquito de todo y por los juguitos de durazno.
En su mayoría, fueron maestras quienes se encargaron de mi educación: Georgina, Margarita's (tuve dos Margaritas en mi vida, sentía que florecían en mi jardín por doquier) y Ana María. Por eso es que se me quedó la sensación de que la educación debe ser con ternura, con gises de colores y canciones al empezar. Georgina nos cantó el primer día de clases la canción de "La tía Monica"... Eso fue en agosto de 1998 y lo recuerdo como si hubiera sido ayer y no hace 22 años. ¿Pueden creerlo? Yo si.

Luego, en mi etapa de secundaria todo fue muy rápido. Convivir con adolescentes me hizo darme cuenta que ya nada era igual, que nuestras infancias se habían quedado en el patio de atrás (pues la primaria y la secundaria están juntas... (Saludos a la Josefa y a la Federal #7). La separación por grados se notaba en las mujeres, porque en aquellas épocas, la secundaria aún pedía que fueramos con jumper. Rosa para primero, azul para segundo, guinda para tercero.
Muchas materias, la planta de profesores nunca terminaba, a Mayelo lo vi desde el primer año y justo por esa razón, sentí que no tuvimos más profesores, solo él. Recuerdo con gracia a Cleotilde, Isabel, Celia y Ramona. las "Doñitas" dueñas y señoras de la secundaria. Con sus copetes y kilos de spray, tacones fashion y maquillaje mil. Los caminos del estacionamiento a sus salones eran pasarelas para ellas... Hasta que un día, a Ramona la tumbaron al suelo con un balonazo. Sus cuadernos y libros de ética quedaron por los suelos y ella incapacitada por dos semanas. Pero hey... ¡Casi anotaban un gol!
Llegó el Bachilleres y de lo único que me acuerdo es un lunes, todos los grupos afuera y un gran "Chihuahuenses, amemos la tierra..." porque claro que era el único fragmento del glorioso himno de Chihuahua que nos sabíamos. Y así, la directora y Torres Medina se sentían orgullosos de su plantel. Otros tres años de sufrir con la maestra de inglés y sus festivales navideños, de aprender química con Leyva y ser correctos y educados (bueno, solo un poco) con Janeth.
El bachilleres me dejó un tremendo gusto por levantarme temprano e ir a vender pay pequeños y dulces en las clases de quinto y sexto semestre. Era genial porque mi bolsita con dulces comenzaba a viajar entre las bancas. Ya todos ahí sabían el precio de los mazapanes gigantes y las paletas cibiertas con tamarindo. Así que después de la clase de Ana Laura y sus temas de geografía, mi bolsita regresaba a mi, sin dulces pero con mis monedas intactas. Era como hacer dinero fácil mientras aprendía de lagos y ríos. Neta, lo amaba.
Otro quiebre en mi vida, que me ha durado desde el 2010 y así quiero que siga siempre: mi licenciatura. Antropóloga de a ratos, porque no me gusta andar poniéndome los lentes de intelectualoide y dar respuestas y críticas siempre, en todas partes. Nada que ver de las lecturas de 5 hojas que teníamos con Gabriel en el bachi, a las lecturas de Rodolfo en antro aprendiendo de la historia contemporánea, de 1940 al 2010. Me explotaba la cabeza al llegar a casa. O si veía que no tenía tiempo, le adelantaba en el camión. Siempre y cuando me tocaba un lugar, obviamente. Hasta hoy, no he podido desarrollar la habilidad de leer y agarrarme del tubo al mismo tiempo.
Aprender a hacer investigación, a estructurar mis ideas es fascinante. Es como un Jenga gigante, verbal. en el que puedes despegarte de tu texto por 3 segundos y el reto es que le entiendas al tercer párrafo. Si no es así, túmbalo e inicia de nuevo. Karla y Raúl me dejaron esa pasión por la historia de mi Estado y las haciendas. Aún no se si quiero hacer investigación en ellas o vivir en una de ellas. Pero la pasión ahí está. No duden de eso.
Aprendí tanto de los amigos, de la prudencia, de la importancia de hacer tus trabajos finales con tiempo para después atosigar a quienes un día antes los hacían. Era de verdad bellísimo (saludos, Juanpa). Ahí también aprendí a callar y reconocer micro-machismos, aun en bromas estaban presentes. Y eso de lo que me reí solo para que fluyera la plática, hoy lo detecto con tanta fuerza que me ayuda a no caer en lo mismo y, al menos yo, pensar diez veces lo que digo y a quién se lo digo (saludos, amigos).
Cada etapa académica me ha dejado algo y se ha llevado un montón de cosas en mi persona. Pero no estaba ni cerca de aprender de mi misma todavía. Hasta que me atreví a pensar a lo grande y... la historia es larga, pero en resumidas cuentas, entré al Posgrado en Antropología en la Máxima Casa de Estudios, la UNAM. Se logró, se hizo, y de un día para otro, ya andaba conociendo los caminos de Michoacán con la canción del mismo nombre en mi cabeza, canción que tiempo después tuve la dicha de entonar junto al poderosísimo Coro de la ENES (ustedes no me ven, pero ahora estoy llorando).
Vivir sola, alejada de la familia pero con la enorme oportunidad de formar una nueva, me llenó el corazón de sobremanera. Aprendí rutas básica de las combis, a saborear las corundas y a beber una taza de café cuando la clase de Punzo se alargaba (qué honor, neta). A compartir galletitas y maíces salados con Abel, Roberto, Nalle, Ireri, Moni y Orlando en días lluviosos... En realidad, en Morelia llueve mucho, así que cualquier día era ideal para compartir y ver el cielo caerse a chubascos en los grandes campos de la ENES.
Geográficamente, siempre tenía comparativas y notas de lo que es mi lugar de origen y lo que en ese momento era mi segunda casita. Mi identidad fue cambiando hasta sentirme una Chihuacana. Hablar de aguacates y Pátzcuaro cuando estaba en Chihuahua y hablar de sierras y Che-Pe cuando estaba en Morelia. Mis diálogos, recomendaciones y anhelos se nutrían con gente que ya conocen el norte o que creen que es costoso viajar a occidente...
Estos párrafos como tal no son ni el 1% de mi vida. Pero si son las grandes ramas en donde se han dado mis mejores frutos: mi constante vivir. Estas notas me sirven para no olvidar de dónde vengo, lo que he aprendido y la fortuna tan grande de recordar, de tomarse un té con mis memorias y abrazarlas con amor, con madurez, reconociendo mis errores, sacrificios y logros.
A ustedes que llegaron hasta estas líneas, bienvenidos sean. Quiero hacer de este espacio algo lindo en el que pueda compartir muchas notas que tengo por ahí, dispersas. Reflexiones que sé que giran por la cabeza de dos o más. Nos han dicho tantas veces que escribir salva, que escribir libera, pero no nos enseñan cómo. Y eso con frecuencia da miedo, porque no tenemos cómo empezar. Pero al escribir para nuestros adentros, sacar lo que hay dentro, la forma y la redacción quedan aparte.
Por acá seguiré, alimentando este blog... pero primero, alimentándome a mi porque ya hace hambre.
Con amor, Adri 😘
Un lindo aperitivo para degustar una vida de letras... Saludos mi estimada chihuacana
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